Esta semana ha sido particular: ha estado detonada por una serie de apuntes en mi cuaderno estelar, a la vez detonados por una serie de palabras articuladas, a la vez detonadas por una serie de ideas enunciadas por Nathali, a la vez detonadas por las tensiones-relaciones (fuerzas) de mi presentación.
Se supone, que a través de ellas debo comenzar a trazar un ejercicio que me permita desmantelar ideas discursivas e intentar a toda costa no-civilizarme. Y, por casualidad, o por alguna razón del destino, siento que he recopilado una serie de puntos que no logro encajar como un todo estructural y apenas puedo mapearlos para ver en ellos intuiciones, fuerzas, afectos.
Esta es entonces una recopilación de ellos:
Lo extraño se traduce en mi mente a lo siniestro. Justo como lo elabora Sigmund Freud al referirse a El hombre de arena de Hoffman. Es, en resumen, aquello que al ser radicalmente familiar genera terror al evidenciar algo oculto dentro de lo que es cotidiano. No hay mejor ejemplo que los otros seres de Coraline, exactamente iguales pero con la extrañeza de los botones en sus ojos.
El buen Agamben con El páis de los juguetes tenía muchas cosas por decirme. El juego siempre ha sido parte fundamental de mí, de cada cosa que hago, de mi impulso por hacer. Honestamente lo único que deseo hacer es jugar. Pero ese verbo es muy fuerte, tiene ya en mí una historia en la que, como es lógico, faltaba la reflexión de Agamben.
Aion: La fuerza vital del juego, agente fundamental del tiempo. Me remite a Hans Georg Gadamer con su Actualidad de lo bello, y a Eugene Fink con sus Fenómenos fundamentales de la existencia humana. Siempre he observado cómo el videojuego necesita el movimiento per se para hacer su artificio de vida, y cómo demandamos el juego per se para hacer nuestro artificio de vida. Observo el impulso de vida, pero también observo el impulso de muerte: un juego de pelota que determina el tiempo.
Diacronía y sincronía: El rito y el juego como dos polos magnéticos que son perfectos contrarios pero lo sostienen todo. La vida y la muerte los atraviesa, ellos determinan su sistema temporal. Yo solía decir que el tiempo no existe, pero si no existiera ni el juego ni el rito ni Perfect Lovers tendrían sentido.
De nuevo aparece Interestelar como una hermosa casualidad en mi timeline
El niño y la larva: Para escribir la prueba escrita que permitiría mi entrada a la carrera de Artes Visuales recurrí a The Legend of Zelda: Majora’s Mask y la relación que cataliza sobre la imagen y la muerte, como Régis Debray. Este juego siempre ha estado allí, le he dado vueltas y siempre lo vuelvo a encontrar. Ahora encajan muchas cosas: el niño les permite ser a las larvas a través de la máscara; el niño juega para vivir a ser el residuo que la larva ha tenido que dejar atrás para morir.
Pinocho: Necesitaba re-visitar ese país de los jueguetes, donde el tiempo estalla en diacronía pura y se dilata. ¿Está ese país en mi habitación? No sé, curiosa casualidad que Pinocho de Disney estuviera de aniversario esta semana (acto temporal / ritual). Me compré entonces el libro de Collodi, porque jamás lo había leído y ya casi lo termino. Me volví a ver la película de Disney. Y me puse a jugar.
Juego resultante:
Pero entonces me vi a Gummo. Película maldita, cómo la odié; pero me produjo cosas, me produjo preguntas. Por supuesto tiene que ver todo con los 90’s, quizá los marcados por esa década tenemos tatuada en algún lugar de la consciencia colectiva la letra G, debe ser porque la g y el 9 son muy similares, como si se vieran en un espejo. Quizá la G es la contraparte siniestra del 9. Y he aquí que terminé por hacer un cosplay del niño-conejo de Gummo, incluso me tomé una selfie (y otras fotos).
Y a la selfie la llamé Dasein. Porque soy-gummo-en-el-mundo-de-los-juguetes. Y nadie me pegunte qué hace Heidegger (con doble g) aquí.
Por ahora hay que ignorar lo de matar gatos (que también se escriben con g), simplemente porque no puedo soportar la idea de que mucha gente mata gatos. Así que quiero pensar en el niño (contrario perfecto de larva) que usa orejas de conejo, es importante, porque de nuevo aparece Zelda, y no porque mi gato se llame Link, sino porque en A Link to The Past, por algún motivo que nadie quiere explicar, cuando Link viaja al pasado (otro juego temporal) se convierte en un niño-conejo-rosa y, de hecho, cuando está en el presente su cabello, por única vez en la saga, es rosa, diacronía en rosa.
Y miren qué bonito fanart de Jo-Vee-Al…
Quisiera dibujar así para hacer bonitos fanarts, pero no es el punto. El punto es que es el mismo niño pero en Zelda y eso es importante. Pero no termina allí.
Como con Pinocho, una hermosa casualidad hizo que esta semana publicara una imagen que diseñé, bajo petición de un amigo telemático, de mi clan en World of Warcraft. Resulta que a diferencia de muchos en este juego, en mi hermandad nos gustan los Vulpera y creamos una comunidad de furritos kuir, como nos gusta denominarnos. Por eso nuestro anuncio:
Yo soy la de la mitad, tengo orejitas y soy rosa. Pero el punto es que ya he contado en total casi 300 reacciones por la publicidad. La mayoría positivas, hoy es genial ser un furrito kuir aunque te discriminen por ello.
Pero entonces pienso en Gummo. La palabra queer se utiliza múltiples veces a lo largo de la película y los subtítulos la traducen como «maricón». Presencio entonces la temporalidad del uso terriblemente despectivo que originó la categorización desde la palabra que hoy es cool. Parece giro cultural; es giro cultual. Entonces pienso: Queer Rabbit, furrito kuir, furrito kuir, queer rabbit.
Debo confesar que me faltó regresar a la Divina Comedia, o al menos volver a ella como fui una vez cuando mi mamá me obligó, pero la odié, porque Dante odia a la gente de Boloña, y mi Link es un gato Boloñés, lo que genera una incompatibilidad política que ni viene al caso pero no deja de ser importante. Igual debo explorar a Dante, me queda como pendiente. Igual lo exploré, de cierta forma: